martes, 19 de septiembre de 2017

Presentación de libro

Los invitamos a la presentación del libro "Una historia del constitucionalismo mexicano", de la autoría del Dr. David Cienfuegos Salgado, Director General de El Colegio de Guerrero.
El evento se realizará en la Universidad Obrera de México, el martes 19 de septiembre, a las 17 hrs.


miércoles, 27 de febrero de 2013

Sala de Guerrerenses Ilustres


La Sala de Guerrerenses Ilustres en la Feria de la Bandera
Universidad Sentimientos de la Nación

 La Sala de los Guerrerenses Ilustres, está compuesta por 13 personas que cuentan con una formación profesional solida, han hecho aportaciones muy significativas al desarrollo del Estado de Guerrero, en su caso, han puesto muy en alto el nombre de Guerrero en México y en otros países, son autores de libros, de obras o empresas, generadoras de empleo, de orientación social o de reforzamiento de nuestros valores y de nuestra cultura. Son líderes sociales ajenos en lo posible a cuestiones religiosas o políticas, a los que con toda certeza se puede seguir o imitar; la vida no les dio todo, fueron por ello, y lo que más llama la atención, no descansan en su preparación y en su compromiso personal de superarse cada vez más y cumplir con sus metas, que cada vez los vuelven a subir de nivel y alcance. Han mostrado una gran sensibilidad al cambio, seguridad y firmeza ante los retos, saben comunicar sus logros con sencillez y con el ánimo de que los demás comprendan sus hallazgos, sus logros o conozcan el camino que han tomado y que están seguros les puede ser útil a muchas personas.
 
Estimado visitante: No importa la etapa de la vida en la que te encuentres, ni la actividad u oficio al que te dediques, ten la seguridad de que las personas que aquí se encuentran te pueden enseñar mucho, te pueden ayudar a definir con mucha mayor claridad tu proyecto de vida y el de tu familia; cuando puedas, utilizando el INTERNET, conoce su trayectoria, su producción editorial, sus obras o sus empresas y, con base en ello, construye tu liderazgo y proyéctalo en el mundo, en bien de la sociedad global a la que todos pertenecemos.

Así, los Guerrerenses Ilustres, han destacado:

En la educación y la medicina, Guillermo Soberón Acevedo
En las ciencias económicas, Felipe Torres Torres
En las ciencias jurídicas, David Cienfuegos Salgado
En el campo de la defensa de los derechos humanos, Abel Barrera Hernández
En la ingeniería civil, Roberto Arroyo Matus
En las artes, Nicolás de Jesús
En las ciencias de la comunicación, Jorge Albarrán Jaramillo
En la arquitectura, José de Arimatea Moyao
En la astronomía, Rodolfo Neri Vela
En la administración pública y las relaciones internacionales, Gustavo Martínez Cabañas
En la bioquímica, Efrén Parada Arias
En las ciencias de la salud, Arturo Beltrán Ortega
En el campo empresarial, Mario Martínez Morán
 

lunes, 13 de febrero de 2012

Dagoberto Gama

Después de mucho insistir y resistir, su despegue comenzó con la cinta El violín
Dagoberto Gama, actor guerrerense solvente y en ascenso
Rodolfo Valadez Luviano (Corresponsal)
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Tecpan, 12 de febrero.
Desde que participó en la película El violín, junto al violinista de Tierra Caliente Ángel Tavira, la carrera del actor guerrerense Dagoberto Gama ha ido en ascenso, lo que le ha permitido ser tomado en cuenta en producciones cinematográficas y televisivas, en papeles, varios de ellos, relevantes.
En entrevista para La Jornada Guerrero, el hombre, nacido en el municipio de Coyuca de Catalán, en la Tierra Caliente de Guerrero, el 21 de noviembre de 1959, cuenta que comenzó su vida en el cine a los 18 años, luego de cursar en la Universidad Veracruzana la licenciatura en Actuación.
En 1978 decide dedicarse de lleno al cine y, tras varias interpretaciones, llegó la película que para él, según cuenta, fue el parteaguas de su profesión, El violín, dirigida por Francisco Vargas Quevedo y en la que compartió créditos con el maestro de ese instrumento, Ángel Tavira Maldonado, quien recibió el premio al mejor actor en el Festival de Cannes en 2006. La obra narra la historia de un viejo violinista oriundo de la Tierra Caliente del estado.
“Ése fue para mí el despegue dentro de esta industria, amén de que interpreté otros papeles en cintas como Amores perros o El crimen del padre Amaro, pero creo que fue a partir de esa película cuando productores, directores y compañeros actores comenzaron a considerarme como un actor solvente, profesionalmente hablando”, agregó.
–¿Representa para usted una satisfacción el ser guerrerense y haber trascendido en el ámbito actoral?
–Por supuesto, me siento muy orgulloso, sobre todo ahora que muchos guerrerenses han comenzado a reconocer mi trabajo, y sobre todo porque soy el único del estado que está hasta estas alturas, si se puede decir de esta manera.
–¿Ha costado trabajo?
–Mucho, en el sentido de haber tenido que emplear mucha disciplina, esfuerzos y sacrificios. Pero, sobre todo, porque esta carrera, además de ser de mucha resistencia, además es de insistencia, que combinado con tener una formación académica me ha permitido tener excelentes maestros y amigos que han creído en mi trabajo, y eso me hace sentirme afortunado.
–¿Dagoberto Gama piensa impulsar a los actores originarios del estado?
–Por supuesto; de hecho, en principio, quiero comenzar con mi región. Para ello he iniciado pláticas con los alcaldes para encontrar cómplices que les interese proyectar la cultura de la Tierra Caliente. Llevar a la misma festivales de cine u organizar rallies de cortos cinematográficos hechos por la gente de mi región, porque la cultura ahí, como en toda la entidad, está a flor de tierra y sólo basta con que se le tome en serio y se le considere como una gran colaboradora del desarrollo social.
La entidad es rica tanto en recursos naturales como culturales, además de humanos, cuando, en lo que se refiere a la cultura, se debe invertir, pero hace falta una política real y con visión para fomentar a artistas que trasciendan de manera importante, consideró quien interpretó al general José María Morelos y Pavón en la cinta Morelos, que recién se filmó en este municipio.
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lunes, 10 de octubre de 2011

Lismark, luchador radicado en Acapulco

Lamenta el ex atleta la falta de talento acapulqueño; “hace falta demasiada preparación y conocimientos sobre la lucha libre”, dice
Si naciera de nuevo, volvería a ser luchador: Lismark
HÉCTOR BRISEÑO
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“Si volviera a nacer volvería a ser luchador”, sentenció el mítico y legendario guerrero de los cuadriláteros Lismark.
Entrevistado en Puerto Marqués, donde recibió un reconocimiento de autoridades municipales, el enmascarado acapulqueño lamentó la falta de talento local, debido a lo cual la lucha libre ha perdido atractivo en el municipio.
–¿Cómo ve la lucha libre en Acapulco?–, se le pregunta al ex atleta.
–Muy acabada… se la acabaron, a los luchadores les hace falta demasiada preparación y conocimientos sobre la lucha libre. Los luchadores de Acapulco no tienen ese atractivo para que la gente vaya a verlos.
–¿Qué opina de que se pretenda vender la Arena Coliseo de Acapulco?
–Es una lástima, es una arena con mucha tradición, con mucha historia.
–¿Qué le dejó la lucha libre?
–Muchos recuerdos y muchas satisfacciones, si volviera a nacer volvería a ser luchador, porque este deporte me dio a conocer en todo el país, hay mucha gente que me saluda todavía, a pesar que tengo 10 años sin luchar, me recuerdan en Tijuana, Monterrey, Guadalajara y México. Me piden autógrafos cuando voy a los restaurantes, por eso me siento muy agradecido.
–A usted se le conoce como uno de los grandes exponentes de Acapulco.
–Bueno eso fue parte de la promoción, Acapulco tenía mucho nombre en ese entonces, pero también yo le di más nombre porque fui 15 veces a Japón, donde gané una competencia en 1984. También fui a Canadá, Panamá y Bolivia. Fui al país el norte muchas veces, incluso me han hecho más homenajes en Los Ángeles y Chicago, que aquí en mi propio Acapulco.
Ataviado con pantalón de mezclilla y camisa azul, enfundado en su tradicional máscara azulada con bordos blancos alrededor de los ojos, Lismark calificó como “lucha de barrio” al pancracio que practican los peleadores locales, por su falta de disciplina.
El luchador originario de Llano Grande, Oaxaca, avecindado en la colonia Progreso de este puerto desde pequeño, donde incursionó en la lucha libre en 1976, subrayó que Acapulco requiere de deportistas mejor preparados, por lo que se dijo dispuesto a abrir una escuela para preparar nuevas generaciones de luchadores que tengan capacidad de pelear en cuadriláteros a nivel nacional y mundial.
– ¿Quién debe impulsar a las nuevas generaciones?
– Cada quien debe hacer lo que le corresponde, el promotor la publicidad, el luchador debe esmerarse física y técnicamente. Yo me siento con el conocimiento técnico de preparar a nuevos talentos –manifestó el luchador de 62 años, quien resaltó que las figuras del ring deben parecer, en primer lugar, gladiadores, para que la lucha libre recupere las glorias de antaño, pues los actuales exponentes, dijo, carecen de fortaleza física.
–¿Está contento con este homenaje de los marquesanos?
–Claro, estoy conviviendo con mi gente, con mis paisanos y eso me hace sentir bien.
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domingo, 11 de septiembre de 2011

Sobre Alejandro Gómez Maganda

XVII Aniversario luctuoso de Alejandro Gómez Maganda
Cesar González Guerrero
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En el marco de su XVII aniversario luctuoso, en esta ocasión, abordaré algunos aspectos biográficos de la vida y obra del distinguido guerrerense, Político, Orador y Escritor, Alejandro Gómez Maganda; su legado al pueblo de Guerrero es la lealtad, su convicción revolucionaria y su pasión por servir a su estado, con honestidad y responsabilidad.
Alejandro Gómez Maganda nació el 3 de marzo de 1910 en la población de El Arenal, hoy de Gómez, municipio de Benito Juárez y murió en la Cd. de México el 14 de septiembre de 1984. Sus padres fueron el revolucionario Gral. Tomás Gómez Cisneros y la señora Plutarca Maganda Cadena.
Muerto su padre en campaña, durante la Revolución, se traslada a la ciudad de Acapulco, donde ingresó a la Escuela Primaria Miguel Hidalgo y Costilla; siendo ahí donde se incorpora a la lucha social que dirige otro insigne guerrerense, Juan R. Escudero, elaborando el periódico Regeneración.
El 15 de septiembre de 1922, a los doce años de edad, pronunció a nombre de Juan R. Escudero, un discurso en el Salón Rojo, sitio de reunión de los obreros del puerto. Sus arengas a favor de esta lucha obrera le permitieron asumir un papel muy importante entre los seguidores de este movimiento social.
Al concluir su instrucción básica, ingresó al Heroico Colegio Militar y después a la Escuela Nacional de Maestros en la capital del país; posteriormente, en 1927 recibió nombramiento de maestro rural en Llano Largo. Para 1929 ingresa a la Escuela Libre Preparatoria, cursando estudios de Jurisprudencia.
En 1933 se integra a la campaña del Gral. Lázaro Cárdenas del Río, donde sigue destacando su talento como Orador; después es electo Diputado Federal. Más tarde asume el cargo de Cónsul General de México en España y continúa demostrando sus cualidades, en su calidad de Orador, en las campañas Presidenciales de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán Valdés, este último, su cercano amigo.
El 1 de abril de 1933 el Gobernador Gabriel R. Guevara lo integró a su administración como Secretario Particular. El 1 de septiembre de 1934 ocupó una curul en la Cámara de Diputados al Congreso, representando el Sexto Distrito Local Electoral. En 1935 fue Secretario Particular del General Matías Ramos, Presidente del CEN del Partido Nacional Revolucionario. Representó a México en la Conferencia Internacional por la Consolidación de la Paz, en Buenos Aires, presidida por el Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin D. Roosevelt.
El 5 de Marzo de 1937 recibió nombramiento de Cónsul General de México en Portugal, declarándolo la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar persona “non grata”, por su convicción revolucionaria, arribando posteriormente a Barcelona como Cónsul General de México, durante la guerra civil española, brindando su apoyo a los exiliados españoles al arribar a México, donde los recibió en Veracruz, a nombre del Presidente Lázaro Cárdenas. El 6 de Marzo de 1943 obtuvo el primer premio en los Juegos Florales de Acapulco; el 3 de Diciembre de 1944 contendió como candidato a la presidencia municipal, habiéndose anulado la elección. Asumió el cargo de Secretario Particular del Gobernador Constitucional del Estado, Gral. Baltazar R. Leyva Mancilla.
En el Gobierno de Miguel Alemán, el 1 de septiembre de 1946 fue nuevamente electo diputado al Congreso de la Unión por el sexto distrito, y en su calidad de Presidente del Congreso, en 1947, da respuesta al Primer Informe del Presidente Miguel Alemán Valdés. Ya de regreso a su tierra natal, Guerrero, ocupa el cargo de Oficial Mayor de la Cámara de Diputados y, al estar inmiscuido en la política estatal, en septiembre de 1950 protestó como candidato del PRI al Gobierno del Estado, y, con base en el Decreto núm. 1 del 2 de Marzo de 1951, fue declarado Gobernador Constitucional Electo de Guerrero, para el periodo del 1 de abril de ese año al 31 de marzo de 1957; pero, el 21 de mayo de 1954 abandonó el cargo, al desaparecer los poderes Constitucionales de la entidad.
No obstante su breve periodo como Gobernador, 3 años, realizó importantes obras y acciones entre las que destacan la creación del Seguro Social en Acapulco; la expedición de dos leyes: Hacienda Municipal y la de Responsabilidades para funcionarios y empleados públicos, así como también el apoyo para mejorar las condiciones de vida de diversos grupos de trabajadores del Estado. El 14 de enero de 1959 fue condecorado con la Presea Bernardo Giner de los Ríos por el presidente de España en el exilio, licenciado Diego Martínez Barrio, También recibió la medalla del derecho y la cultura otorgada por la Academia Mexicana de Derecho Internacional. Del 9 de abril de 1965 al 25 de septiembre de 1968 fue embajador de México en Panamá, habiendo sido nombrado embajador del año durante su desempeño en ese cargo. Después fue embajador en la República de Jamaica. El 15 de abril de 1970 asumió el cargo de Oficial Mayor del Consejo Nacional de Turismo.
Su obra literaria consta de 29 libros, entre ellos: Motivos revolucionarios (1936); ¡Ahí viene la bola! (1937); España Sangra (1938); Torbellino (1941); Tinieblas en el mar (1944); El Gran Valle (1970); ¡Como dice el dicho! (1945); Guerrero e Iturbide (1945); Costa de Fuego (Premio Ignacio Manuel Altamirano, 1945); Un pájaro canta en lo alto (1971); Hemos dicho (1946); El verdadero Pascual Ortiz Rubio; Acapulco en mi vida y en el tiempo (1960); Mi voz al viento (1962); Una arena en la playa (1963); Como me lo contaron, se los cuento…(1964); Vida y pasión de México (1964); Corridos y cantares de la Revolución (premiado por el instituto de la cultura, 1970); Bocetos presidenciales (1970); El vino del perdón (1971); El sol en las bardas, Cuentos Amargos (ediciones póstumas 1995, 2009).
El pueblo de Guerrero, y quienes tuvieron la oportunidad de compartir parte de su vida y obra, sin duda, hoy lo recuerdan con cariño. Sus correligionarios, y compañeros de partido, en esta ocasión le brindan un sentido reconocimiento.

jueves, 14 de julio de 2011

Doña Carmelita Bernáldez

DOÑA CARMELITA BERNÁLDEZ

Jesús Boanerges Guinto López

Todos los días tienen un peregrinar distinto. Se van minuto a minuto, con sus propios colores y emociones, con sus anhelos y esperanzas, con la dinámica o estática que cada quien le imprime.
Le hemos conferido al tiempo el valor de rector de nuestras vidas, y también se le ha otorgado el don de ser memoria de los días, recuerdo del pasado, voluntad del presente y fe del futuro.
En ese misterioso andar añoramos los destinos, los sitios, los lugares y los caminos que la vida misma se encargó de enseñarnos. Coyuca de Benítez es ese pedazo de tierra morena que impregna de sensibilidad social, para siempre, el pensamiento, la palabra y las acciones de sus mujeres y hombres.
Mi terruño es, como quiere Pablo Neruda, un pueblo de pescadores donde la red se hace tan diáfana que parece una gran mariposa que volviera a las aguas para adquirir las escamas de plata que le faltan.
En esa tierra de la Costa Grande, sacudida por su propia historia, vive la abuelita que ha sido, para muchos, la madre amorosa, el apoyo moral en momentos en que todo parece imposible, la vendedora de relleno de cuche de gran caridad humana, la abuelita a la que la gente en el pueblo cariñosamente le dice Doña Carmen, Abue, Mamá, Tía, Carmelita… porque todos saben que a sus 90 años es ejemplo de lucha, trabajo y amor.
Nació en San Jerónimo, se casó a temprana edad con Don Rogaciano Guinto, con quien trajo al mundo a Alma, Linda, Carmelita, Roberto (qepd) y Boanerges, todos ellos mujeres y hombres de respeto y reconocimiento, que hoy son madres, padres y abuelos que enseñan a sus hijos y nietos el valor del trabajo, la familia y la solidaridad humana.
La abuelita ha sido esencialmente comerciante. El pan y la tortilla fueron algunos giros de su actividad, pero convendrán conmigo en que no ha habido mejor sabor de relleno en todo el Estado de Guerrero que el de los domingos en casa de Doña Carmen Bernáldez Armenta, verdadero sitio de regocijo al paladar y auténtico festín culinario. En su elaboración confluían su alegre carácter costeño, el horno de barro y el sazón que sus hijas y nietas le heredaron.
Recuerdo su consejo maternal, sus bromas de abuelita traviesa, sus regaños a tiempo, sus bendiciones, su mirada tierna, sus bolillos con mole o relleno para ir a la escuela, su mandil con monedas que compartía con todos sus nietos, sus frases, sus dichos, sus palabras de mujer costeña… sus sabias palabras.
Seguro que lo mismo, y más, recuerdan mis hermanos  y primos Carlos, Christopher, Rubén, Erasmo, Liz, Migue, Cielo, Ale, Lety, Selene, Estrellita, Sebastián, Rodolfo, Roberto, Xóchitl, América, Darlene, Verónica, Berenice, Omar, Wendy, Saydi y Miriam, a quienes recuerdo siempre con especial afecto, cariño y cierta dosis de nostalgia.
Que el tiempo sea nuestro mejor aliado para seguir demostrando, en cualquier circunstancia, nuestro amor a la mamá-abuelita, a Doña Carmelita Bernáldez, porque también ella nos sigue entregando el mismo bálsamo en su longevidad luminosa.

domingo, 3 de abril de 2011

Sobre Juan R. Escudero

En la edición del 03 de abril de 2011, LA JORNADA GUERRERO publicó la siguiente nota,
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Las dos muertes de Juan R. Escudero/I
Paco Ignacio Taibo II
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Los primeros treinta
La música llega al jardín de las ventanas abiertas y la veranda; una orquesta pueblerina está tocando un vals en el salón. Una singular cadena de tradiciones reúne a la fiesta en casa de los comerciantes ricos con los pobres que escuchan, incluso las reglas no escritas de las costumbres hacen que la distancia sea de unos diez metros entre el porche y los mirones, acodados en los árboles, sentados bajo los mangos.
El invitado se acerca a la casona cruzando el jardín; viste un traje blanco de tres piezas y botas negras de montar sobre los pantalones. Al cruzar entre el centenar de pueblerinos que observan, saluda a uno aquí y allá: un lanchero, una sirvienta, un estibador y sus hijos. El vals sigue sonando. El invitado camina hacia la casa donde en el calor furibundo de la noche del trópico las mujeres y los jóvenes hijos de los ricos del pueblo bailan y sudan. Cuando está a punto de llegar a la casa, el joven invitado duda y se detiene. Durante un instante queda detenido entre el mundo del pueblo que mira y escucha y los ricos que bailan.
Luego, se decide y camina de regreso. Se detiene ante una gorda matrona que vende pescado en el mercado, se quita las botas y las deposita a su lado y le pide que baile con él. La mujer se ríe.
Bailan en el jardín con la música que llega de lejos, ambos descalzos, como todos los demás que los rodean. Bailan un poco torpes, el mismo vals que bailan en el interior de la casa.
Nunca pude saber qué vals era. La historia me la contó un viejo, que había sido uno de los niños que rodeaban a los bailarines, o que eso creía recordar, o que se la habían contado, o que se la había narrado alguien a quien a su vez se la habían contado; pero describía con precisión el traje blanco de Juan, los árboles en el jardín. Y en su memoria propia o generada en el pozo sin fondo de los mitos populares, resaltaba la historia de las botas:
“Y se quitó las pinches botas para bailar descalzo”. De tal manera que la sabia memoria rescataba lo importante, no importaba que se hubiera perdido el nombre del vals.
El día en que me narraron esta historia Juan llevaba sesenta años de muerto, estábamos en Acapulco y sus restos eran trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres. No me atrevía a usar la historia en la primera revisión del libro que había escrito con Rogelio Vizcaíno, tenía un tono hollywoodiano que la hacía poco creíble. Hoy la rescato mientras en el recuerdo colectivo de Juan, que hoy es también el mío, queda claro que no sólo bailó con los pobres, sino que se quitó las botas para bailar descalzo.
Los primeros treinta
Al niño que nació el 27 de mayo de 1890 le pusieron Juan Ranulfo. El padre era un comerciante español que levantaba familia por segunda vez, Francisco Escudero y Espronceda, de cuarenta y cuatro años, nativo de Torrelavega, provincia de Santander; su madre, doña Irene Reguera, era de Ometepec, Guerrero, y tenía catorce años menos que su marido, pero compensaba su menor edad con una peculiar fortaleza, una imagen de reciedumbre de la que no estaba exenta el que fumara puros.
Juan Ranulfo Escudero Reguera tuvo por padrinos a dos comerciantes gachupines amigos de la familia: Rufilo de Orve y Ernesto Azaola. El lugar del hecho era el puerto de Acapulco, paraíso tropical mexicano dejado de la mano de Dios y férreamente atrapado por las manos de algunos hombres.
Juan R. creció en el seno de una familia acomodada que poseía terrenos en Río Grande y Las Palmeras, casas y un comercio de telas y abarrotes. Hijo de uno más de los “gachupines” (años más tarde el padre de Juan usaría una frase para distinguirse: “Tus enemigos son gachupines, yo soy español”), aquellos iberos de origen agrario y pocas luces intelectuales que habían llegado con el siglo a tierras nuevas para “hacer la América” a base de sudar abundantemente, jornada de catorce horas de mostrador, malicia primitiva en el negocio (comprar barato y no vender muy caro), explotación feroz de parientes y empleados, y cuyo sueño era enriquecerse y retornar para edificar en el pueblo de origen una iglesia que perpetuara su gloria y plantar una palmera en su mansión que recordara “la América”; personajes clásicos, racistas en casi todas las costumbres menos en las del sexo y el dinero.
Francisco Escudero, a pesar de ser comerciante, español y vivir en Acapulco, era un hombre honrado (como se verá más tarde, estas características no dejan de ser sorprendentes), Juan R. fue el primero de los hijos de ese matrimonio al que siguieron María, Fulgencio, Francisco y Felipe.
A partir de los siete años, Juan estudió en la Escuela Real, y se dice que fue importante en su formación el humanismo de un profesor suyo, Eduardo Mendoza.
Alejandro Martínez, biógrafo de Escudero, cuenta:
[…] acompañaba a sus amigos hasta sus hogares y era en ellos donde palpaba más la pobreza de sus moradores. Veía cómo casi todos dormían sobre petates en el suelo. Los niños mal vestidos, con una alimentación deficiente. Contempló cómo los enfermos se morían porque no tenían dinero para comprar las medicinas necesarias.
En plena adolescencia fue enviado por su padre a estudiar a Oakland, California; lo que no deja de ser inusitado en un mundo cuyas costumbres hacían que los primogénitos no estuvieran obligados a estudiar más que rudimentos de contabilidad para asumir rápidamente la continuidad del negocio familiar. Extrañamente, resultaba entonces más fácil para una familia acomodada enviar a sus hijos a estudiar a la costa oeste de los Estados Unidos que a la Ciudad de México, con la que no había comunicación por carretera. Escudero estudió en el Saint Mary’s College secundaria y el oficio de mecánico electricista.
Los historiadores que han seguido la trayectoria del personaje discrepan sobre las fechas de su estancia allá. Mientras unos lo hacen permanecer de 1907 a 1910, otros dicen que regresó a México en 1907 a causa de una enfermedad.
Es difícil saber si en aquellos años conoció personalmente a Ricardo Flores Magón, el hombre que organizaba con una singular propuesta anarquista y agrarista la revolución contra la dictadura de Porfirio Díaz y que realizaba desde el exilio una fuerte labor de propaganda.
Bien sea por su conocimiento directo del magonismo, o por una influencia indirecta de éste, Juan R. regresó a Acapulco dispuesto a romper con su pasado de hijo de comerciante español y lo que esto implicaba en el puerto.
Poco después de su llegada construyó una lancha de motor a la que bautizó como La Adelina (en recuerdo de Adelina Loperetagui, una novia que había tenido) y se dedicó a organizar excursiones a la cercana isla de la Roqueta y labores en la descarga de los barcos. En contacto con pescadores y estibadores, comenzó un trabajo de organización que culminó hacia los primeros meses de 1913 con la fundación de la Liga de Trabajadores a Bordo de los barcos y tierra, que combatió por jornada de ocho horas, aumento de salario, descanso dominical, pago a la semana en moneda nacional y protección contra accidentes.
Juan además chocó contra los contratadores norteamericanos que reclutaban acapulqueños para la recolección de café en Chiapas ofreciendo salarios muy bajos. Exigió salario mínimo de tres pesos diarios, levantando un importante movimiento.
Su labor como organizador sindical lo enfrentó con el monopolio comercial y este utilizó al jefe militar de la zona, Silvestre Mariscal, quien expulsó a Escudero de Acapulco en 1915.
De 1915 a 1918 Juan R. vive la vida de un exiliado, dentro de su país pero fuera de su patria chica. De Acapulco viaja a Salina Cruz. Persigue durante meses una entrevista con Venustiano Carranza, el caudillo triunfante en la lucha de facciones en la que había desembocado la Revolución Mexicana. Juan había escrito un memorial en el que pedía:
Financiamiento para que fuera el sindicato el encargado de comercializar los alimentos de primera necesidad, y evitar que el monopolio gachupín matara de hambre a toda la población, incluido el ejército; pedía la expropiación de terrenos para fundar una colonia obrera fuera de la ciudad y con parcelas de cultivo para que los obreros se ayudaran con la agricultura, terrenos pagaderos a cinco años y bajo algún título que los hiciera inenajenables, dado que hasta las casuchas que habitaban en el puerto eran propiedad de las casas comerciales españolas, y con facilidad los despojaban de ellas, pedía también un local social para la agrupación que además de oficina sirviera de escuela, teatro y cine instructivo.
Nunca obtendrá la entrevista.
De ahí se transporta a la capital de México, donde se reúne con su hermano Fulgencio. Trabaja como inspector de jardines, establece relaciones con los anarquistas y pasa las tardes en la Casa del Obrero Mundial. Parte después a Veracruz, y ahí sostiene correspondencia con Ricardo Flores Magón. Más tarde vive en Tehuantepec, donde es secretario del juzgado. Ahí aprende los usos legales de la época y estudia detenidamente la recién promulgada Constitución de 1917. En agosto de 1918 regresa a Acapulco.
Ha sido la suya una peregrinación a la espera del retorno. Ha buscado infructuosamente el apoyo a su proyecto de los revolucionarios triunfantes y ha recibido la influencia de las organizaciones sindicales. El país ofrecía en aquellos años vertiginosos sobradas posibilidades vitales para el joven Escudero, pero este tiene una deuda que saldar. Cuando Juan R. vuelve al puerto aún no ha cumplido treinta años.
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En la edición del 10 de abril de 2011, LA JORNADA GUERRERO publicó la constinuación de la nota:
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Los dueños del puerto

Al iniciarse la segunda década del siglo XX, el sometimiento de los costeños al dominio y la explotación de los comerciantes españoles en Acapulco es casi absoluto. Tres grandes consorcios controlan y rigen la vida económica de la ciudad y de las costas del Pacífico cercanas al puerto: la casa comercial Alzuyeta y Compañía, fundada en 1821, paradójicamente año de la independencia nacional; B. Fernández Hermanos (La Ciudad de Oviedo), constituida en 1900. Sus propietarios son vascos en el caso de la primera, y asturianos (sin parentesco entre sí) en el caso de las dos siguientes. Los jefes de las casas eran Marcelino Miaja (B. Fernández y Cía.), Jesús Fernández (Fernández Hnos.) y Pascual Aranaga (Alzuyeta y Cía.).
A lo largo de un siglo, lo que en origen fueron grandes casas comerciales, que controlaban la venta de productos llevados a Acapulco desde otras tierras y monopolizaban la exportación de productos agrícolas, llegaron a constituirse en un complejo sistema monopólico que sin poseer directamente la totalidad de los bienes de los costeños, controlaba férreamente la industria, el comercio, el comercio en menudeo, el transporte por tierra, el transporte marítimo, los movimientos portuarios, la compra y venta de productos agrícolas, la pesca y la mayor parte de los servicios, como bancos, seguros, telégrafos. Punto de partida para ejercer el poder sobre funcionarios públicos: alcaldes, empleados aduanales y jefes de la zona militar.
El control gachupín del puerto se veía acompañado por un tipo de dominio aberrante que apelaba a la violencia, el racismo, la asfixia económica, el fraude, la intriga y el crimen.
El principal punto de apoyo del monopolio se encontraba en el tremendo aislamiento del puerto. Por tierra, desde Chilpancingo, no había más que un triste camino de brecha, que se tardaba en recorrer una semana en recua de mulas, en medio de un calor agobiante y grandes peligros; por mar la comunicación se realizaba en recorrer una semana en recua de mulas, en medio de un calor agobiante y grandes peligros; por mar la comunicación se realizaba a través de líneas de paquebotes que hacías servicio regular entre Acapulco y Salina cruz o Manzanillo.
Las tres firmas, dueñas de la mayor parte del transporte por mulas, impidieron en incontables ocasiones la construcción de la carretera México-Acapulco, sobornando a los ingenieros y técnicos que el gobierno central había comisionado para informar sobre las posibilidades de construirla. Los barcos y las rutas de navegación estaban sujetos a los intereses de los consorcios que eran dueños de las pequeñas flotas. Habían destruido toda pequeña competencia con métodos tales como sobornar a los capitanes de embarcaciones mexicanas para que encallaran. En un lapso de veinte años se había construido su control exclusivo del transporte marítimo destruyendo físicamente los barcos de sus competidores, como en el caso de Humberto Vidales, a quien le fueron hundidos los navíos El Progreso, de nueve toneladas, y La Otilia, de seis.
Acapulco será entonces puerto sin muelle por decisión de los explotadores, únicos dueños de barcos y chalanas. El control total de la carga y descarga marítima les permite impedir que ingresen mercancías capaces de competir con su monopolio. La descarga de los barcos de pabellón extranjero que llegan a Acapulco, y de cuyas casas matrices los gachupines son representantes, se hará por medio de chalanas y éstas se acercan a la playa donde se realiza una segunda descarga por trabajadores, asalariados de las tres casas, con el agua al cuello. Para consolidar su monopolio, retrasaban por un tiempo indefinido la descarga de productos ajenos, permitiendo que se deterioraran.
El informador del presidente Álvaro Obregón, Isaías L. Acosta, decía en un reporte años más tarde: “Si viene algún artículo de primera necesidad que esté escaso como maíz o harina primero saltan su carga, y hasta que han realizado una parte a buen precio, saltan la de otros.”
Los estibadores, que fueron el sector que primero organizó Juan Escudero, estaban sometidos a salarios de hambre; se pagaba igual el trabajo diurno que el nocturno, no había descanso dominical ni protección contra accidentes. Las casas intervenían también en el comercio al menudeo del puerto, financiando y endeudando a los pequeños comerciantes, a los que abastecían con sus productos. El control de los almacenes y las bodegas que tenían en Pie de la Cuesta les permitía determinar los precios del maíz, el frijol, la harina y la manteca. Sólo se sustraían a esta situación los aliados menores del triple consorcio que mantenían con ellos relaciones de complicidad y servicio, que mantenían con ellos relaciones de complicidad y servicio, como los hermanos Nebreda, el cónsul español Juan Rodríguez; el gachupín y boticario doctor Burrón; los hermanos San Millán, dueños del cine y cantina; el comerciante Antonio Pintos, socio menor de B. Fernández, y el impresor y ex alcalde Muñúzuri.
Asimismo, el consorcio era propietario de algunas panaderías, tiendas de abarrotes, la totalidad de los molinos de nixtamal, las carnicerías, algunas tiendas de telas, parte de las imprentas y papelerías y varias cantinas.
Este dominio del pequeño comercio se complementaba con una red de agentes en las zonas agrarias cercanas, que eran el instrumento para acaparar cosechas, comprar a la baja, colocar víveres encarecidos, cobrar deudas y enrolar jornaleros.
Las casas comerciales eran propietarias de haciendas como San Luis y Anexas, Aguas Blancas, el Mirador y La Testadura, y mantenían cordiales relaciones con otros latifundistas españoles como los hermanos Garay, ramón Solís, Ramón Sierra Pando, los hermanos Guillén, los hermanos Nebreda y Pancho Galeana (que además manejaba la construcción de casas en el puerto).
Desde principios de siglo los comerciantes gachupines se extendieron del comercio al agro, comprando porciones enormes de tierra en la Costa chica y la Costa Grande hasta llegar a constituirse en grandes latifundistas. Es ésta una típica historia de crímenes y despojos en la que abundan los ejemplos, como el de la misteriosa muerte del rico de Copala, Macario Figueroa, o el sonado caso, en aquellos años, del robo de la hacienda de Francisco Rivera.
Si esta fue la relación que entablaron con los viejos propietarios, mucho más envenenada fue la que mantuvieron con los campesinos sin tierras, a los que no dejaron otra que trabajar como arrendatarios.
Alejandro Martínez cuenta:
Como no podían pagar en metálico el derecho de arrendamiento, entregarían el finalizar la cosecha la mitad del producto. Los gachupines facilitaban la semilla, las viejas herramientas, los víveres y todo lo necesario para el cultivo; cargando el precio a cuenta de la futura cosecha. Con este despiadado sistema, al recoger el producto […] al campesino le quedaba menos de la cuarta parte de lo recogido.
Los campesinos eran además obligados a sembrar lo que convenían a las casas comerciales, forzando, como lo hicieron en la hacienda El Arenal, a destruir la siembra de ajonjolí para sembrar algodón.
Los pescadores estaban también bajo el yugo gachupín: “Los cordeles, anzuelos, los comestibles de viaje y hasta las canoas” eran arrendados con el compromiso de vender al proveedor todo lo pescado. La distribución del pescado salado en rancherías y poblados daba salida a los productos del mar adquiridos con una mínima inversión.
Además, eran dueños de las seis fábricas de la región: El Ticuí y Aguas Blancas, fábricas textiles que levantaron para aprovechar los cultivos forzados del algodón; La especial, fábrica de jabón destinada a aprovechar las extensas cantidades de copra que habían monopolizado, y otras tres fábricas instaladas bajo el régimen de comandita, es decir, con dinero de españoles residentes en la península ibérica administrado por las tres casas dueñas de Acapulco.
En el interior de las casas comerciales la situación no era mejor: los empleados trabajaban doce horas diarias, laboraban festivos y domingos y ganaban cincuenta centavos diarios, el equivalente a la mitad del salario mínimo en zonas agrarias de otras partes del país.
En estos comportamientos dictados por las inflexibles leyes de la barbarie capitalista, hay también rasgos de una maldad a prueba de novelas de Dickens. La voracidad de los gachupines los llevó a perseguir sangrientamente a competidores y viejos aliados. Así volvieron loca a la hija de su inveterado testaferro Cecilio Cárdenas, quien habiendo muerto intestado dejó tres casas a Vicenta, la cual no les vio ni los cimientos gracias a la mano negra del monopolio hispano. Lo mismo trataron de hacer con su ex socio Burrón, al que trastocaron en oro una deuda en billetes y pagó la devaluación del dinero que durante la revolución se hizo papel viejo, y no se tentaron el corazón para echar a la calle a la viuda de Victorio Salinas argumentando una deuda que ya había sido pagada.
Ilustrativa de estos comportamientos puede ser la historia de un pequeño comerciante que habiendo hecho camino en mula desde Michoacán con una carga de alambre de púas, trató de venderlo en el mercado libre, sólo para encontrar que al negarse a venderlo a bajo precio a los gachupines, éstos pusieron a la venta alambre almacenado a mitad de precio, con lo cual lo arruinaron.
El poder adquirido se transformaba en estilo, el dinero en despotismo, la fuerza monopólica en soberbia, racismo y usura enfermiza: lo mismo se negaban a cambiar giros telegráficos trastornando los sistemas de crédito al uso en la época, que manipulaban las compañías de seguros de las cuales eran representantes; que alteraban el calendario de fiestas patrias haciendo que el puerto celebrara el 8 de septiembre, día de la asturiana Virgen de Covadonga, en lugar del 16, día de la Independencia, y que promovieran el pro español Iturbide como prócer de la patria en lugar del cura Hidalgo. Mantenían el Colegio Guadalupano donde se impartían clases de religión y la marcha real española sustituía al himno nacional en las conmemoraciones.
Los testaferros de las tres casas, que a lo largo de esta historia serán conocidos como “progachupinistas”, se alternaban en los puestos de mando municipal, de administración de la justicia y de la aduana. En el Ayuntamiento fueron nombrados sucesivamente por las casas comerciales el hacendado Nicolás Uruñuela, el tendero e impresor Muñúzuri, el socio de B. Fernández, Antonio Pintos, el doctor gachupín Butrón, el peruano H. Luz. Bajo control de los españoles estuvieron también los militares jefes de la plaza, más allá de qué facción dominara el país, lo mismo el coronel Mariscal, huertista, que el carrancista Villaseñor, que obregonistas Flores y Crispín Sámano. No hubo cambio revolucionario que resistiera las treinta talegas.
Para la administración de estos fondos negros, los Alzuyeta y los Fernández constituyeron el depósito bautizado como La Calavera, que sirvió para sufragar cohechos, pagar pistoleros, asimilar gastos de operaciones de dumping, mantener la nómina de funcionarios y financiar el combate contra oponentes menores como los comerciantes libaneses del puerto.
Su control de los cargos públicos era prácticamente total, pues además de designar a los alcaldes y regidores pagaban de sus nóminas a la policía del puerto.
Sociedad cercada, aislada; con un solo trayecto de movilidad: rumbo al abismo, hacía sentir sobre el costeño de cada día la opresión y el racismo, junto con la imposibilidad de progreso. El horizonte del llano era un horizonte clausurado, que enmarcaba una vida en la impotencia ante el poder y el privilegio. Para el pequeño comerciante no había perspectiva de cambio en una sociedad sometida a la arbitrariedad del monopolio; para el dependiente de comercio no había ascenso posible en una estructura comercial en la que los cargos de importancia eran ejercidos por gachupines protegidos de los amos, y las vacantes que se producían cuando estos retornaban a su tierra con una pequeña fortuna eran cubiertas por recién desembarcados cuya única carta de presentación era haber nacido en España. Para artesanos y trabajadores, para salariados del campo y pequeños propietarios agrícolas atrapados por el agiotismo, no había otro futuro que la rebelión.
El día en que Juan R. Escudero llega al puerto, a mediados de 1918, cuando la Revolución Mexicana prácticamente ha terminado, no sabe que su voluntad de transformar la sociedad de la que ha sido expulsado será instrumento de una fuerza social oculta y soterrada, pero no por ello menos violenta, de la que aún no conoce sus posibilidades y límites. El paraíso corrompido acapulqueño encontrará en Juan R. la voz que ocupará los espacios del silencio.
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En la edición del 17 de abril, LA JORNADA GUERRERO publicó lo siguiente:
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Entre Tom Mix y el ayuntamiento rojo
Los testimoniantes ayudados por los historiadores no han podido ponerse de acuerdo en qué película se exhibía, ni siquiera se han puesto de acuerdo en quiénes eran los actores estelares; unos atribuyen el lleno que había en el cine Salón Rojo aquella noche de enero de 1919, al amor de los costeños por el vaquero Tom Mix, los otros dan a Eddy Polo el poder del reclamo. Todos coinciden en que, aprovechando el intermedio, Escudero, que se había sentado en una platea, se puso de pie sorpresivamente y arengó a los presentes, llamándolos a organizarse contra los explotadores gachupines. Para la mala suerte de Juan, los propietarios del cine Salón Rojo eran los gachupines Maximino y Luciano san Millán, que sintiéndose aludidos llamaron a las fuerzas del orden. Mientras tanto, la concurrencia aplaudía al orador que, caliente los ánimos, había llamado a la organización de un partido político de los trabajadores.
Un primer retrato del personaje, surgido de las descripciones de los contemporáneos y de la única fotografía que conozco de Juan, lo muestra como un hombre alto para la media acapulqueña: un metro ochenta, bigote poblado de guías largas, grandes patillas, pelo rizado, de un color de piel claro amarillento a causa de una afección palúdica, y ojos brillantes, risa fácil, plática más fácil aún surgiendo de una voz metálica.
La intervención policiaca contra Escudero provocó que sus nuevos partidarios se lanzaran a protegerlo, la función cinematográfica culminó en zafarrancho.
Perece ser que el mitin cinematográfico fue uno de los recursos de Juan Escudero en esta primera etapa de su trabajo de organización popular, y que varias veces fue sacado a culatazos del Salón Rojo por soldados del cuartel vecino, que proporcionaban servilmente las autoridades militares a los dueños económicos de Acapulco. Orador sorpresivo y sin audiencia propia en esta etapa, Escudero aprovechó también un homenaje a Benito Juárez donde se había reunido buena parte de la población para insistir en su proyecto organizativo.
En el clima de tremendas tensiones clasistas del puerto en 1919, la arenga de escudero tocó corazones, y el 7 de febrero de ese mismo año nació el Partido Obrero de Acapulco (POA).
Juan reunió para su arriesgada propuesta a un grupo de hombres que no tenían miedo, o que tenían menos miedo que los demás, que todo lo habían perdido que no tenían miedo a perderlo: sus hermanos Francisco y Felipe, los herreros Santiago Solano y Sergio Romero, el ebanista Mucio Tellecha, su hermano José, empleado, los hermanos Diego, estibadores; Ismael Otero, zapatero, el funcionario del juzgado y poeta Lamberto Chávez, el empleado Pablo Riestra, los hermanos Dorantes, Camerino Rosales, Crescenciano Ventura, Martiniano Díaz, E. Londe Benítez, Julio Barrera y Juan Pérez.
Como en todas las historias que han de transportarse al mito popular, el lugar de la reunión inicial del Partido Obrero de Acapulco ha sido situado en mil y una direcciones: se habla de la esquina de Galeana y Cinco de Mayo, donde por aquellos días vivía una novia y amante de Juan, Tacha Gómez.
La base social de la nueva agrupación estaba formada por los estibadores de la vieja Liga de Trabajadores a Bordo de los Barcos y Tierra que Escudero había formado en 1913 y que revivía al impulso de la agitación; pequeños comerciantes asfixiados por el monopolio de las casas comerciales españolas, como los hermanos Amadeo y Baldomero Vidales, cuyo padre había sido arruinado por los gachupines y que apoyaron económicamente al POA; treinta y dos empleados de las casas comerciales que sentían que no existía posibilidad de mejora y ascenso en una estructura donde los mejores puestos eran invariablemente cubiertos por españoles (que iban llegando al puerto, se convertían en hombres de confianza de sus paisanos, trabajaban como burros y se iban con un capital), artesanos independientes, empleados públicos de cargos menores en la administración y algunos pequeños propietarios agrícolas.
El programa inicial del POA recogía sus exigencias comunes y se mantenía prácticamente dentro de los límites de la recién promulgada y ya incumplida Constitución de 1917 (tradición, la del incumplimiento por parte del gobierno, que habría de prolongarse al menos ochenta años más, si el autor de esta historia conserva su memoria):
1. Pedir un pago justo por la jornada de trabajo.
2. Defender los derechos humanos.
3. Sanear las autoridades.
4. Participar en las elecciones.
5. Exigir la jornada de ocho horas de trabajo.
6. Propagar la educación.
7. Conseguir tierras para los campesinos.
8. Hacer las gestiones convenientes para que se abriera la carretera México-Acapulco.
9. Emprender una campaña enérgica contra las enfermedades.
Un programa así permitía, a la larga, unir prácticamente a todas las fuerzas sociales del puerto, a excepción de los dueños de las grandes casas comerciales y de sus subordinados: las autoridades civiles y militares de Acapulco. Juan R. Escudero fue nombrado presidente del partido y se comenzó el trabajo de organización.
Pocos meses más tarde nacía Regeneración, un pequeño periódico de dos hojas (cuatro a veces) que circulaba los domingos (en los momentos de tensión llegó a circular jueves y domingos) y desde el cual se atacaban violentamente los intereses de los grandes comerciantes e incluso sus personas. En una población que no rebasaba los seis mil habitantes, los efectos de Regeneración se dejaban sentir.
El periódico, que había tomado el nombre de su hermano mayor, el órgano magonista que Juan Escudero había conocido y admirado, se manufacturaba en una pequeña imprenta de segunda mano comprada por noventa dólares en Estados Unidos, porque ninguna otra imprenta del puerto, en manos de los grandes comerciantes, lo hubiera impreso. Entre los lemas que aparecían en su cabecera estaban: “Por la defensa de los derechos del pueblo”, “Contra los abusos”, “Labor pro-pueblo, labor pro-patria”, “Por la verdad y justicia”, y costaba dos centavos (luego se editó con cuatro páginas y subió a cinco centavos).
La fuerza de Regeneración estaba en la violencia de sus denuncias y en el frondoso estilo con el que se hacían, donde sobraba espacio para el insulto, la mentada de madre, la amenaza y la diatriba; pero su magia estaba en el equipo de colaboradores que Juan R. Escudero había encontrado, un grupo de niños, recién salidos de la primaria, que hacían que el semanario llegara hasta el último rincón de Acapulco.
Alejandro Gómez Maganda, uno de esos niños, recuerda:
Entre los muchachos que con él colaborábamos, desde parar los tipos de imprenta para hacer el semanario, palanquear para su impresión, recibir gacetillas y vocearlos en las calles, estábamos: Jorge Joseph, Gustavo Cobos Camacho, Ventura Solís, Mario de la O, Juan Matadama y el autor. El portero de la casa era un fiel huérfano llamado Cleofas.
Regeneración, pequeño en tamaño y formato, era sin embargo múltiple y gladiador. Descubría sucias maniobras, señalaba errores, marcaba a los prevaricadores, a los apóstatas y tránsfugas. Reclamaba justicia; atacaba a los malos militares y a los políticos que subastaban su influencia; orientando al pueblo para el trámite elemental de sus asuntos, y al darle a conocer sus derechos y obligaciones, rompía la inercia del conformismo suicida y los impulsaba a ir a las casillas electivas, para después exigir de pie el cumplimiento del voto.
Nosotros nos desbandábamos como parvada incontenible, y solo se escuchaba el vibrante pregón: “¡Regeneración a cinco centavos!”
El pueblo nos arrancaba materialmente los ejemplares de las manos y reía con la ironía del maestro, se entristecía con sus adversidades y exaltábase con su grito implacable de pelea: ¡Regeneración a cinco centavos!”
Apoyándose en tres ejes: el Partido Obrero de Acapulco, la Liga de Trabajadores a Bordo de los Barcos y Tierra, y Regeneración, el proyecto escuderista fue tomando poco a poco forma y se dieron los primeros choques entre el organizado movimiento popular y sus explotadores.
Escudero inició una campaña contra Emilia Miaja, administrador de la fábrica textil El Ticuí y jefe de B. Fernández y Compañía, por el mal trato que daba a sus obreros. El despótico gerente llegó el extremo de arrojar ácido en la orilla del canal del que se surtía la fábrica para que no pudiera tomar agua de ahí la gente del pueblo. La campaña surtió efecto y Antonio Fernández Quiroz, uno de los dueños de la empresa, sustituyó a Miaja en la administración.
En el curso de 1919 Escudero organizó la huelga en la fábrica de jabón La Especial, en las cercanías de Acapulco. Se luchaba por aumento de salario diario de 75 centavos a 1.25 pesos. La huelga, en una empresa que era propiedad de las casas, duró siete días bajo enormes presiones. Las autoridades militares intentaron una intervención. La respuesta de los trabajadores fue: “Hagan lo que quieran, pero nadie se mueve hasta el 1.25”-. Al final de la semana los propietarios cedieron.
El partido iba ganando en fuerza y adhesión, y Escudero se multiplicaba. Traía en el bolsillo un ejemplar de la Constitución de 1917 y con él predicaba. Con un estilo bíblico llevaba la palabra de un lado a otro, interrumpiendo las tertulias, apareciéndose en las playas o a la salida de las barcas. Ahí se formaban grupos y se hacían amistades. El partido seguía creciendo lentamente y la cuota de veinticinco centavos por miembro iba llegando a las maltrechas arcas de la organización.
Fortalecida la base urbana, Juan se dirigió al campo. Su peregrinación lo llevó a recorrer a caballo ambas costas, llevando mensajes de denuncia y organización a los campesinos. Sus instrumentos eran los rudimentarios procedimientos legales de la época adquiridos en el juzgado de Tehuantepec. Gratuitamente asesoraba en demandas de propiedad de la tierra, derechos colectivos, juicios por despidos arbitrarios. Su labor hizo que fuera detenido muchas veces acusado de sedicioso, que se le impusieran multas y que fuera amenazado de muerte varias veces.
En 1920, en el acto de conmemoración del primero de mayo, el POA decidió entrar en la lucha electoral y postuló a Escudero como candidato a presidente municipal.
Juan R. Escudero se resistió a aceptar la nominación porque no quería que se pensara que había colaborado en la organización del POA con el fin de utilizarlo como plataforma para su lanzamiento político personal, pero fue presionado por el partido que lo reconocía como dirigente indiscutido y sabía que sólo él podía recoger en votos el trabajo de denuncia, agitación y organización, que se había hecho en el último año. Tomás Béjar y Ángeles sustituyó a Escudero en la Presidencia del POA y S. Solano fue electo vicepresidente.
El inicio de la campaña electoral coincidió con el desarrollo nacional de la revuelta de Agua Prieta, el último acto armado en la historia de la Revolución Mexicana; el ajuste de cuentas final entre las posiciones centristas de los barones militares contra la derecha del presidente Carranza, todo ello con el sector más radical desactivado tras la muerte de Zapata y la derrota y aislamiento de Pancho Villa. A través de Regeneración, Escudero tomó el partido de Obregón y los militares del norte contra Carranza. Nuevamente la medida de la realidad la daba Acapulco, si los dueños de las casas eran carrancistas el POA sería lo contrario.
Tras el triunfo del obregonismo, el POA se alió con el Partido Liberal Constitucionalista Costeño (filial guerrerense del PLC obregonista) y apoyó la nominación de Rodolfo Neri como candidato a gobernador. En retribución, el PLC nominó y apoyó a escudero como candidato a diputado de la legislatura guerrerense por el distrito de Acapulco y a otro Miembro del POA, Tomás Béjar y Ángel, como suplente. Ese mismo día se realizó en Acapulco una manifestación de apoyo a Neri (un ex juez democrático que simpatizaba con el POA), quien saludó desde el balcón de su casa, anunciando su programa básico; instrucción pública, reducción de impuestos, fomentar la asociación obrera, dotación de ejidos para los pueblos y construcción de caminos.
Durante el mes de octubre el POA impulsó las candidaturas de Neri y Escudero, e inició a través de Regeneración una campaña antialcohólica y de divulgación de las leyes agrarias.
La candidatura del POA progresaba, pero las elecciones importantes desde el punto de vista del movimiento social eran las de la presidencia municipal de Acapulco. Poco se podría hacer desde la legislación estatal. El combate en términos electorales estaba en destruir la administración progachupina y corrupta del puerto, punto de apoyo de las casas comerciales para su dominación
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