jueves, 11 de diciembre de 2008

Sobre Othón Salazar Ramírez

Foto de Andrés Garay, Archivo Proceso, tomada de:
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El maestro Othón, el paradigma
Rodrigo Huerta Pegueros
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Othón Salazar Ramírez fue un maestro en toda la extensión de la palabra. Quien tuvo la oportunidad de conocerlo o tan solo conversar con él personalmente, pudo darse cuenta de inmediato que el maestro tenía vocación, tenía claridad en cada palabra que pronunciaba, en conversaciones privadas o en la tribuna, frente a las masas, a las muchedumbres, ante los letrados y los no iletrados.
Todos comprendían lo que el maestro quería decir y cuál era el mensaje que quería trasmitir. No tuvo confusiones en cuanto a la ideología que lo llevó a luchar por mejorar las condiciones de los trabajadores de la educación y fue el primero y único en el país que se enfrentó, en la época mas cruenta del autoritarismo priísta a los líderes magisteriales y a las autoridades federales de la Secretaría de Educación Pública (SEP).
Su afán reivindicativo lo llevó a sufrir el más cruel de los castigos que maestro alguno haya tenido en la historia del México pos revolucionario: ser proscrito para impartir clases en el territorio nacional. Ese castigo nunca se le levantó y murió sin haber adquirido ninguno de los beneficios por los que luchó toda su vida. Vivía de la solidaridad social y murió como vino al mundo.
A los 84 años de vida, el maestro Othón, como solía llamarlo la mayoría de la gente, el primer presidente municipal comunista de México, de su natal Alcoazauca, Guerrero, bien podría haber pasado como un vicario de Cristo. Hablaba, casi siempre, en voz baja y con tono pausado. Las palabras que pronunciaba tenían una ilación que llevaba al interlocutor a ponerle toda la atención requerida pues desembocaba en ideas que retrataban lo que acontecía aquí, allá y acullá. No cansaba escucharlo en pláticas de café o en entrevistas periodísticas, mucho menos cuando se trepaba a una tribuna y evocaba las vicisitudes de los mexicanos de ayer y de hoy y proyectaba su visión hacia el futuro. Por ello, nunca dejaba de arengar para que los jóvenes estudiaran, se prepararan mejor y pudieran forjar un mejor porvenir para nuestro país.
Mucha tinta ha corrido desde que el maestro Othón murió. Propios y extraños acudieron a darle el último adiós en la montaña roja, como él bautizó a su región, la más de pauperizada de Guerrero. Mucho bien le hubiera hecho si el reconocimiento póstumo se lo hubiesen hecho en vida. Algo hubiera curado el corazón lastimado por tantas traiciones, olvidos y desprecios que le profirieron, no solo los dirigentes magisteriales institucionales (SNTE) sino los compañeros de lides políticas de antaño y de ahora.
Aquellos con los que compartió un breve camino en la construcción del ahora Partido de la Revolución Democrática (PRD) no le perdonaron que los hubiese abandonado y mucho menos que los hubiera criticado como solo él sabía hacerlo. Sus palabras contra el desvío ideológico y político del PRD nunca fueron aceptadas y mucho menos consideradas como una autocrítica. Lo consideraron, como en los mejores tiempos estalinianos, un menchevique. Murió siendo comunista pero enarbolando siempre los nobles ideales de la Revolución Mexicana, pues siempre lo supo y así lo dijo una y otra vez, que sin el triunfo de la revolución contra la dictadura porfirista, nunca hubiese tenido la oportunidad de ingresar a estudiar, no solo la instrucción primaria, mucho menos a la normal rural o la escuela nacional preparatoria. Por ello le tenía un gran respeto y admiración al general Lázaro Cárdenas del Río.
Cuando se tuvo la oportunidad de conversar largamente con un hombre como lo fue el maestro Othón, se puede uno sentir satisfecho de haber obtenido en poco tiempo un mar de conocimientos y de la historia reciente. De tener una visión diferente de lo que es este México nuestro y de lo que significan sus instituciones. Evaluar en su exacta dimensión las luchas libertarias que se libraron en el territorio nacional y en particular en el estado de Guerrero. No fue proclive a la guerrilla pero sabía que era producto de las desigualdades sociales. Combatía toda clase de opresión y de barbarie y propugnaba siempre por el amor al prójimo y a la patria. Era, fue, un mexicano bien nacido y por lo mismo, querido y admirado.
El maestro Othón Salazar Ramírez hizo historia en México al lograr constituir la organización de maestros mas combativa e importante que se haya conocido hasta ahora. Lo hizo por su vocación social natural y los conocimientos que adquirió en los círculos de estudios de aquella época. Combinó magistralmente los objetivos de la revolución mexicana con las tesis marxistas-leninistas. Sabía que a los revolucionarios mexicanos les había faltado complementar la lucha librada contra el militarismo y la dictadura porfirista con la elaboración de un proyecto nacional que fuese alternativa viable al programa vigente.
No una sino en varias ocasiones, en entrevista con el maestro Othón, sostuvo que su mayor ilusión era ver a México como una patria generosa que aliviara el dolor y el sufrimiento de miles, de millones de mexicanos que nada tienen y que solo sobreviven en este modelo de capitalismo salvaje.
Como maestro, como normalista, como líder, como orador, Othón Salazar Ramírez siempre tuvo la mirada puesta en lo que a la patria le convenía más y no en lo que a los grupos o individuos les parecía mejor. Este modelo de liderazgo está lejos de ser alcanzado por quienes hoy enarbolan las banderas del magisterio guerrerense y que en forma equivocada utilizan métodos violentos para alcanzar sus objetivos.
A estos nuevos redentores de la patria chica bien les haría abrevar en la historia y en la acción del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) y sobre todo, acuñar las expresiones del maestro Othón, quien sin dejar de realizar movilizaciones de protesta e inaugurar los ‘plantones’ frente a la SEP en la ciudad de México, nunca instó a realizar actos de violencia que solo provocarían mas represión y mayor derramamiento de sangre inocente.
Quienes fueron a darle el último adiós y quienes se han comprometido a llevar a cabo actos de homenaje al líder magisterial mas importante en la historia de México, no deben solo utilizar el foro para darle rienda suelta a su protagonismo personal o de grupo, sino levantar las banderas mas nobles del magisterio y luchar por estas. Ese sería el mejor homenaje que se pudiera hacer al maestro recién fallecido.
Hoy no hace falta que ningún gobierno le vaya a querer otorgar presea alguna o quiera darle a sus congéneres algún tipo de ayuda económica. Tampoco sería conveniente que después de su muerte se le reivindicara como profesor pues sería un insulto a su memoria. Lo que hace falta es reconocer al maestro por lo que hizo en vida. Editar sus memorias. Recopilar sus escritos publicados en diversos medios impresos en el estado como en la ciudad de México. Difundir su vocación de servicio social y de defensa de los intereses de la educación pública en el país. Ponerle a escuelas normales rurales su nombre, erigirle un monumento y reposar sus restos en la rotonda de los hombres ilustres de Guerrero.
Esa sería la mejor forma de poder recordarle y homenajearle. Hoy que en el país hacen falta paradigmas, hagamos a un lado egoísmos trasnochados y démosle el valor que el maestro Othón Salazar Ramírez tuvo para enfrentar los obstáculos que se pusieron de frente para que, desde su lejana natal Alcoazauca en Guerrero, llegara a la ciudad de México y provocar una revolución dentro de un sector de ilustrados como son los maestros y convertirse en su líder único e indiscutible hasta el último día de su existencia.
Cómo olvidar aquellas palabras pronunciadas por el maestro Othón Salazar frente a los maestros en huelga y en ‘plantón’ frente a la SEP, cuando anunció la victoria de su movimiento frente al sindicalismo oficial.
‘Compañeros –declaró Othón Salazar– hemos obtenido una victoria. Sabemos que es insuficiente pero nuestro triunfo es mas que materialismo monetario. Hemos dado el tiro de gracia a W. Sánchez y demás dirigente del SNTE. Nuestra unidad es un ejemplo para todos los mexicanos que se vean traicionados y vendidos por líderes venales’.
Y al igual que hace unos días en Chilpancingo, los maestros del MRM organizaron una manifestación ‘para agradecer al pueblo de México el apoyo brindado al movimiento’. Asistieron a esa marcha –según estimaciones oficiales– más de 40 mil personas, cosa nunca antes vista en la ciudad de México.
La diferencia entre las movilizaciones de entonces a las de los maestros ahora, es que no afectaban a terceros ni agredían a persona alguna. Siempre hay una pequeña diferencia en los movimientos sociales. La violencia, hay que admitirlo, nunca se hizo presente en la lucha magisterial que encabezó el MRM del maestro Othón.
Ese es un ejemplo a seguir. Es su legado para las generaciones de hoy y del futuro.
observar@gmail.com
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Publicado en La Jornada Guerrero (11-dic-2008):
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Othón Salazar Ramírez.
Ramón Sosamontes H.
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Espero me permitan este artículo-carta. Le fallé a Othón Salazar, no me quedé en 1979 a seguir su lucha en La Montaña, como me lo había pedido, ese dolor lo llevaré siempre.
“TODO SE HA CONSUMADO…TUS PASOS SIGO.” Así dice en el arco de la entrada del panteón de Alcozauca, que está sobre una pirámide, así dicen. Ahí entro el ataúd de Othón Salazar cargado desde el Palacio Municipal por sus amigos, sus seguidores, entre
ellos Luciano López, Luis Ramos, Ramón Villanueva, Juan Bernardo Corona, algunos de los que ayudaron a construir la Montaña Roja.
Con Othón muere parte de uno, y siento en lo personal que debí haberme quedado a seguir su lucha, a unir a los pueblos que ahora están divididos por luchas mezquinas, el confiaba en mí y le fallé.
Haciendo una primera parada en la iglesia donde el sacerdote habló le reconoció sus méritos en la lucha por los indígenas. Ahí las banderas de la hoz y el martillo, junto al altar de Jesucristo y la Virgen de Guadalupe. Las entonaciones de la Internacional y la Canción al partido Comunista, que cantaban Anthar López y Margarita Cruz; Margarita y Eugenia León, con su grupo Víctor Jara.
Dos noches velándole. En el pasillo del Palacio que gobernó, desde Abel Salazar como primer alcalde del Partido Comunista en México, después Antonio Suárez y otros. Lo recibieron las bandas de música que los pueblos le llevaron para que toda la noche y madrugada estuvieran tocando los acordes mortuorios de los indígenas mixtecos, nahuales, tlapanecos. Indios que viajaron horas a pie para llegar al velorio llevando flores cortadas en el campo, sus veladoras al pie del ataúd, antes pedían permiso, daban sus respetos a Edita Bazán, su viuda, a sus hijos Ninel, Julio e Ignacio. A sus hermanos Socorro, Carmen, Caritino.
Zeferino Torreblanca gobernador del Estado asistió al velorio. Ahí Leoncio Domínguez, Carlos Reyes, Víctor Ureiro. Leoncio, procurador de los comunistas en Guerrero.
En Tlapa murió a las 19:15 horas del jueves 4, al otro día en la catedral donde el pueblo le rindió homenaje y en el zócalo desde donde con su palabra ayudó a los indígenas y a los maestros, se hizo un mitin con cuerpo presente, hablaron Lorenzo Castro y Roberto Cabrera, Humberto Villavicencio, fundadores del CNTE en la montaña, Lelilta Villavicencio y Hermelindo Alatorre, los maestros que abrieron sus puertas para que en 1979 pudiéramos fundar el PCM, cuando nos la cerraban, cuando organizamos el Consejo de los Pueblos indígenas, la candidatura a diputado federal por el V distrito y el PCM y después las elecciones extraordinarias donde fui candidato. Desde ahí nació la Montaña Roja.
También sus hijos Luis, Rubén, Guillermo estuvieron para despedir a su padre, años antes murió el hijo mayor Othón, quien nació con problemas visuales.
“Muero triste, no pude dejarles a mis hijos, a Edita, el sustento económico para que no sufrieran”. Edita le dijo: “No te apures, nosotros sabemos ser pobres, no nos faltará”. Murió en el hombro de su compañera, pudo despedirse con los ojos que lanzaron sus últimas lágrimas. Hombre al que siempre le dolió el no haber atendido más a sus hijos, así me lo confió. Al que le gustaban los tríos, los Panchos, y la canción Flor Silvestre, Por los Caminos del Sur.
El gran orador calló, el organizador ya no pudo completar la refundación del Partido Comunista Mexicano. La izquierda del PRD no le dio el espacio que requería un dirigente histórico, como tampoco se lo han dado a Arnoldo Martínez Verdugo, Gerardo Unzueta, Marcos Leonel Posadas, Rafael Jacobo. Mezquindad en un PRD que usufructúa el registro ganado por ellos, y a los que ahora simplemente ignoran.
Me duele escribirlo, pero no se vale que tengamos que ver a hombres como Othon andar mendingando ayudas pare el sustento de su familia. Nuestros viejos que aún tienen mucho que dar son olvidados, Othón fue uno de ellos. Que gracias a sus amigos podía salir adelante.
Con Othón muere una parte de mí, antes se fueron José Zamarripa, Gilberto Rincón Gallardo, Valentín Campa, Jaime Perches, Mario Orozco Rivera, Eduardo Montes y Jorge Díaz, El Tobi, con cada uno se van terminado las etapas de una vida.
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Publicado en EL Sol de Chilpancingo (11-dic-2008):

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Othón Salazar Ramírez

Othón, tigre de muchas rayas
Hermann Bellinghausen

Luchador social de larga vida y aliento sostenido, Othón Salazar pasó por numerosas aulas, tribunas, trincheras, carreteras, lo mismo que veredas. Se le recuerda más por unas que por otras, pero estuvo en todas.
Expulsado del magisterio oficial después del gran movimiento de los años 50, ni el más horrendo de sus charros enemigos (o enemigas) pudo evitar que Othón fuera maestro, y de los mejores, hasta el último día de su vida.
Ahora que ha muerto, se menciona más su derrota (digna, pero lamentable: la revuelta de los maestros), que su gran victoria: fundar ese fenómeno histórico de los pueblos indígenas que hacia 1980 fue llamado la Montaña Roja.
Aquella transformación política y mental en el corazón más pobre de la mixteca guerrerense comenzó en su natal Alcozauca, en 1979-1980, cuando animado por él, el Partido Comunista Mexicano ganó la alcaldía en esa remota región del olvido. Fue el primer lugar del país gobernado legalmente por la izquierda, y lo seguiría siendo bajo las sucesivas siglas del poscomunismo: PSUM, PMS y PRD, al cual renunciaría hace ya 10 años, guiado por su noción revolucionaria y su integridad, quizá no a prueba de errores, pero impermeable a cualquier corrupción o reblandecimiento.
El “contagio” de la Alcozauca “roja” fue considerable. Pronto Metlatónoc y otros vecinos municipios mixtecos, tlapanecos y nahuas de la Montaña vencerían la aparente inmanencia del PRI, y dos décadas antes que la capital del país demostrarían que se puede.
Experiencias como la Policía Comunitaria, hoy tan importante, no se explicarían sin el establecimiento de gobiernos populares en aquellas partes dominadas siempre por caciques criminales y el racismo de unos cuantos.
Tierra seca y difícil, fértil para guerrillas, y también por desgracia para el narco en sus escalones más bajos (esos tristes cultivos de amapola y mariguana, que hacen chivos expiatorios de indígenas que luego ni saben para qué sirve la “goma” que producen y transportan y los conduce a la cárcel o la muerte).
En los años 80 algo sucedió en Alcozauca. Othón Salazar inspiró la recuperación de tierras, derechos y cultura contra todo pronóstico. Aquella Mixteca parecía condenada a esfumarse: su lengua, su agricultura, su vida comunal. Ya entonces expulsaba migrantes.
Una noche de esos años en los que tuve la fortuna de acompañar un poco a los alcozauquenses en la que aún parecía una lucha solitaria, Othón, muchas otras personas y yo estuvimos a punto de morir juntos como en El puente de San Luis Rey. Era una noche fea, lluviosa, cerrada de niebla. Regresábamos de alguna comunidad apartada en un camioncito cargado con pasajeros, la mayoría indígenas.
Si mal no recuerdo, Othón era presidente municipal por segunda ocasión. Mientras descendíamos la serranía, a nuestra derecha, metros abajo, corría un río loco y caudaloso. En una curva, el carro, conducido por su sobrino, se salió del estrecho camino y quedó colgando varios metros arriba del torrente que no veíamos, sólo escuchábamos. Comenzamos a balancearnos, en uno de esos momentos en que hasta respirar es peligroso.
Othón, quien viajaba en la cabina, llamó a la calma y organizó la evacuación de la camioneta mediante un delicado proceso de pesos y medidas, con serenidad y liderazgo, por así decir. “Que no panda el cúnico”, citó al Chapulín Colorado. Primero saltaron los pasajeros de la caja, pero no todos, pues nos hubiera desbalanceado y el carro habría caído de trompa. Uno por uno, los apiñados pasajeros de la cabina deslizamos las nalgas sobre los asientos.
Al aire teníamos la llanta delantera derecha. La trasera vacilaba entre la tierra del borde, que se desmoronaba, y las raíces de un árbol torcido. Pocas veces he sentido mayor alivio de poner los pies en la tierra.
Entre todos, gente del campo con recursos para situaciones desesperadas, se las arreglaron para devolver el vehículo al camino. Luego, mientras bajábamos a la cabecera de Alcozauca, patinando sobre el lodo, Othón dijo de pronto:
–Aquí venimos, juntos, camino a casa. ¿A poco no es la mejor noche del mundo?
Los demás traíamos atravesado el espanto todavía, pero Othón estaba contento, nada más. Para él era una raya más en el lomo del tigre. Nunca fue de los que mueren fácilmente
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Nota tomada del periódico La Jornada: